#Microrrelato: Cocido de garbanzos
Cocido de garbanzos
Cómo has sido capaz de darme esos garbanzos tan duros, sin caldo ni sacramentos, cuando sabes que me gustan con tocino, y blandos, de esos que te dije que comprases en la tienda de la Toñi, que los tiene pequeños, como sus tetas, y que son como la manteca. Sabes que tengo poco tiempo para comer, lo sabes, y no puedo estar media hora tragando garbanzos duros y volver a las tres a la obra con el estómago hinchado y pasar la tarde metido en el baño para tener que aguantar al encargado decir que me la estoy jugando, que hay otros que pagarían por un puesto como el mío. Por tu culpa me he ganado una bronca de órdago y las cosas no están para andar haciendo gilipolleces. Así conseguirás que me echen y sabes que, si me quedo sin trabajo, ya veremos dónde cojones vamos a vivir, pues es gracias a mi sueldo que tenemos una casa y tú puedes comprar esos productos que — dices— son buenos para la limpieza, aunque mi madre se pasó toda toda su puta vida fregando con estropajo y jabón, pero tú no, claro, tú dices que te cansas de frotar y te quejas por tener que levantarte a las cinco de la mañana para ir a limpiar oficinas y, después, ocuparte de la casa y los niños. No tienes ni jodida idea de lo que es estar diez horas poniendo ladrillos, o haciendo masa, aguantando calor, frío, lluvia y las mamonadas de niñatos que, por tener estudios, se creen superiores a ti. Joder, eso sí que es duro, y por eso mi sueldo es mayor que el tuyo, y por eso tenemos un casa, un coche y podemos ir de vacaciones a la playa una semana al año. Si llega a ser por tu sueldo solo podríamos ir al pueblo, a casa de tu madre donde — en vez de descansar— tengo que vendimiar, asar pimientos, hacer chorizos o poner baldosas en cocinas cochambrosas y ayudar a tus hermanos a retejar. Y sé que toda tu familia me critica cuando no estoy, pues ninguno tiene cojones de decirme a la cara lo que piensan de mí ni preguntarme porqué que te pego, aunque te lo merezcas. No me lo dicen a la cara porque son unos mierdas, como tú. Pero eso ya acabó. Ahora, cuando llegue la policía y te metan en una bolsa de plástico y te entierren bien hondo dejaré de escuchar tus putos lamentos y quejas y podré ir al bar de Paco a echar una partida de mus o a tomarme una copa. Aunque, ahora que lo pienso, si faltas tú en casa no sé quién limpiará toda esta sangre del suelo. Yo no, desde luego.
Cómo has sido capaz de darme esos garbanzos tan duros, sin caldo ni sacramentos, cuando sabes que me gustan con tocino, y blandos, de esos que te dije que comprases en la tienda de la Toñi, que los tiene pequeños, como sus tetas, y que son como la manteca. Sabes que tengo poco tiempo para comer, lo sabes, y no puedo estar media hora tragando garbanzos duros y volver a las tres a la obra con el estómago hinchado y pasar la tarde metido en el baño para tener que aguantar al encargado decir que me la estoy jugando, que hay otros que pagarían por un puesto como el mío. Por tu culpa me he ganado una bronca de órdago y las cosas no están para andar haciendo gilipolleces. Así conseguirás que me echen y sabes que, si me quedo sin trabajo, ya veremos dónde cojones vamos a vivir, pues es gracias a mi sueldo que tenemos una casa y tú puedes comprar esos productos que — dices— son buenos para la limpieza, aunque mi madre se pasó toda toda su puta vida fregando con estropajo y jabón, pero tú no, claro, tú dices que te cansas de frotar y te quejas por tener que levantarte a las cinco de la mañana para ir a limpiar oficinas y, después, ocuparte de la casa y los niños. No tienes ni jodida idea de lo que es estar diez horas poniendo ladrillos, o haciendo masa, aguantando calor, frío, lluvia y las mamonadas de niñatos que, por tener estudios, se creen superiores a ti. Joder, eso sí que es duro, y por eso mi sueldo es mayor que el tuyo, y por eso tenemos un casa, un coche y podemos ir de vacaciones a la playa una semana al año. Si llega a ser por tu sueldo solo podríamos ir al pueblo, a casa de tu madre donde — en vez de descansar— tengo que vendimiar, asar pimientos, hacer chorizos o poner baldosas en cocinas cochambrosas y ayudar a tus hermanos a retejar. Y sé que toda tu familia me critica cuando no estoy, pues ninguno tiene cojones de decirme a la cara lo que piensan de mí ni preguntarme porqué que te pego, aunque te lo merezcas. No me lo dicen a la cara porque son unos mierdas, como tú. Pero eso ya acabó. Ahora, cuando llegue la policía y te metan en una bolsa de plástico y te entierren bien hondo dejaré de escuchar tus putos lamentos y quejas y podré ir al bar de Paco a echar una partida de mus o a tomarme una copa. Aunque, ahora que lo pienso, si faltas tú en casa no sé quién limpiará toda esta sangre del suelo. Yo no, desde luego.
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