#Relato: Bjorn Costilla de Hierro

Landing in Iceland
RelatoBjorn Costilla de Hierro

8 de mayo del año 998 d. C. Terranova. Canadá.

Un chorro de sangre salpicó la cara de Bjorn. Volteó de nuevo el hacha y la hundió en la cabeza del desdichado que, de rodillas, se había llevado las manos a la garganta en un vano intento de aferrarse a la vida. Acto seguido buscó una nueva víctima, pero solo encontró a los suyos, ensangrentados, dedicados a rematar a los que aún gritaban.

—¡Victoria! —gritó. Golpeó el hacha contra el escudo redondo de madera. Varios de sus compañeros le imitaron. Uno de ellos, alto y robusto como un oso y con el asta de una flecha clavada en el hombro, se acercó a él; se llamaba Knut y le apodaban El Grande.

—Señor, ¡todos son hombres! —se quejó—. ¿Dónde están las mujeres de los hombres-rojos?

Bjorn enfundó el hacha, se desabrochó las tiras de cuero del casco y lo tiró al suelo. Carraspeó y escupió. El esputo cayó sobre el protector de hierro de la nariz del yelmo.

—No creo que esto sea un pueblo, Knut. Es un campamento de caza. Hoy no habrá ese tipo de recompensa. ¡Acamparemos aquí! —levantó la voz para que el resto le escuchase—. Es tarde para volver a los drakkar. Hoy cenaremos su comida y mañana mancillaremos a sus mujeres.

Los hombres, excitados, golpearon de nuevo sus escudos y gritaron el nombre de su líder. A causa de la algarabía nadie se percató de la llegada de una figura pequeña envuelta en una piel desgastada y con dos plumas de cuervo adornándole la cabeza. Avanzó entre los caídos y se acercó a uno de ellos.

—¡Hay otro! —gritó Knut al ver al intruso. Bjorn alzó la mano indicando a sus hombres que no se moviesen. Le gustaba recordarles quién mandaba la tropa.

El recién llegado dejó caer la piel al suelo y quedó desnudo ante ellos. Su cuerpo era como un pergamino envejecido y estaba tintado de rojo. Se arrodilló junto al cadáver y comenzó a cantar una monótona melodía acompañada de golpes de palmas sobre muslos.

—¡Es un loco! —se mofó Knut—. Mi señor, deja que le mate.

—Tuyo es —respondió Bjorn asintiendo—. Canta muy mal —el comentario provocó carcajadas entre los hombres.

Knut arrancó de las manos de un compañero una maza de madera con clavos de hierro. Abrió la boca y sacó la lengua, parda y reseca. Se acercó al anciano sin prisa, deleitándose en el momento. Cuando estuvo ante él, a pocos centímetros, Knut alzó la maza y descargó un golpe directo al cráneo del viejo. La maza no llegó a su destino. Una mano había aferrado el brazo de Knut y se lo atenazaba.

—¡Pero qué mierda…! —Knut no acabó la frase. El viejo seguía cantando y palmeando sus muslos con ambas manos. La mano que le asía con fuerza era la del cadáver.

El chamán incrementó su canto y el muerto, con su mano libre, desenfundó un cuchillo de hueso del cinturón y se lo clavó a Knut en la entrepierna, segándole la arteria femoral. El gigante aulló de dolor. Bjorn reaccionó y, hacha en mano, corrió hacia su compañero. De un tajo, segó el brazo del muerto, agarró la mano de Knut e intentó alejarlo de allí.

—¡Cristo! —sollozó Knut, desangrándose. A pesar de los tirones de su jefe, no se movió.

Bjorn le soltó y miró al chamán. 

—¡Maldito demonio! —desenfundó el hacha del cinturón, alzó el arma y la clavó en el cuello del anciano.

El viejo no sangró, aunque cayó inerte al suelo. De su cuello rasgado brotó un humo amarillento que se dispersó por el campamento creando una niebla espesa que dejó a Bjorn aislado, junto a su esbirro moribundo. Hubo unos instantes de silencio que dieron paso a gritos, pero no los que Bjorn conocía —de mujeres al ser violadas, hombres cuando los descuartizaban o niños lanzados desde acantilados—. Eran alaridos que, en sí mismos, provocaban terror. Y los que gritaban eran los hombres de Bjorn.

—¿Es este el infierno del que hablan los monjes? —el que preguntó fue Knut. Pero Bjorn no pudo verlo. La niebla le había envuelto por completo.

No contestó a la pregunta. Aferró con rabia el escudo y balanceó el hacha. Fuese lo que fuese lo que había entre la niebla no iba a llevarse a Bjorn Costilla de Hierro sin luchar.

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