#EscuelaDeEscritores La esfera
Escuela de Escritores
Curso: Invitación a la Literatura Fantástica
Profesor: Alejandro Marcos
Tarea 3 – Un malentendido interplanetario
Ejercicio en el que se trata de crear una raza alienígena y asignarle un lenguaje. Sin profundizar mucho en el lenguaje o en la raza. Solo lo suficiente para que sea un texto coherente.
Extensión aproximada: 500 palabras.
La esfera
La compuerta del muelle B12 se abrió para dejar entrar el objeto que había hecho saltar todas las alarmas, hacía pocos minutos, en la Camelot V. Las lecturas mostraban que se trataba de una esfera perfecta, algo matemáticamente imposible. La bola dorada desaceleró con suavidad cuando se aproximó al atracadero.
—Capitán —dijo el oficial de puente—. Sigo pensando que no es buena idea dejar que esa cosa entre aquí.
—Es la cuarta, o quinta vez que me lo dices, Lancelot —Arturo miró al oficial. El joven era un palmo más alto que él, aunque menos corpulento—. No te preocupes, será un nuevo modelo de sonda morgariana. Además, Galahad está en el muelle con sus griales, por si acaso.
—Lo siento, señor —contestó Lancelot y se colocó un mechón detrás de la oreja—. Es que es demasiado… perfecta.
—Vamos, deja de darle vueltas. Perceval nos espera —Arturo bajó del atrio y ordenó al piloto que tomase el mando del puente.
Cuatro grumetes colocaron las armaduras y cascos, de escamas nanórganicas, a Arturo y Lancelot y los acompañaron al elevador en el que esperaba Perceval con un escuadrón de infantería pesada.
—No creo que los morganos hayan creado eso… —murmuró Lancelot cuando la puerta se cerró. Perceval le miró; estaba inquieto, pero no dijo nada.
En unos segundos la puerta del elevador se abrió y la infantería se desplegó por el muelle B12. Los griales de Galahad —robots bípedos cuyos brazos terminaban en cuchillas anchas de dos filos— rodeaban la esfera.
Arturo preguntó a Galahad por el artefacto que permanecía levitando en medio del muelle.
—No tiene fisuras ni grabados, señor —contestó el maestre de los griales—. ¿La amarramos, capitán? —Arturo asintió.
Antes de que las grúas se activasen, la esfera giró sobre su eje. De la masa en movimiento brotaron otras más pequeñas —del tamaño de un puño— que cayeron al suelo. De inmediato salieron más; bolas no mayores al tamaño de un pulgar, y otras no más grandes que gotas de agua. Poco a poco la esfera se descompuso hasta formar un charco de líquido dorado.
Los griales cerraron filas y formaron un escudo de espadas en torno a su maestre. Los infantes de Perceval soltaron los seguros de sus armas. Lancelot se colocó delante del capitán.
Pequeñas ondas se formaron en el charco. El líquido se replegó y tomó la forma de una figura alta, elegante, de extremidades finas y proporcionadas. La cabeza se ensanchaba en la zona posterior del cráneo.
La criatura abrió la boca y emitió una serie de sonidos agudos y repetitivos que hizo que los hombres y mujeres que estaban en el muelle se llevasen las manos a sus cascos y cayesen de rodillas al suelo. Incluso los griales de Galahad quedaron desconectados. Solo el oficial de puente se mantuvo en pie.
Lo que escuchaba Lancelot era una melodía antigua que hablaba del roce de las olas en la arena, del sonido de las gotas de lluvia al caer sobre un lago, del nacimiento de ríos y arroyos… Ensimismado, caminó hacia el centro del muelle.
El ser áureo estiró la mano y sacó del charco una espada que entregó al joven oficial. Cuando este la cogió, sonó la última frase y la esfera volvió a formarse, absorbiendo al ente. Antes de que la tripulación pudiera recuperarse el objeto atravesó la compuerta cerrada del muelle B12 de la Camelot V, y desapareció.
Lancelot miró la espada. Era de una sola pieza y muy ligera. Mantenía el brillo dorado del charco del que había surgido. El filo estaba labrado con cientos de líneas y símbolos que parecían seguir un patrón. A su lado, Arturo preguntó, aún aturdido:
—¿Quién… qué era eso?
—Nimue —susurró Lancelot—. Ha dicho que se llamaba Nimue, capitán.
—¿Y esa arma antigua? —Arturo señaló la espada— ¿Qué hay escrito en ella?
—Es un mapa, capitán. Nimue nos ha dado un mapa.
—¿Un mapa? ¿Un mapa de dónde? ¿Por qué no me lo ha dado a mí? —El capitán alzó la voz, molesto e irritado.
—Muestra una ruta para llegar a un lugar llamado Ávalon, mi señor —Lancelot, sumiso, hincó una rodilla en el suelo y, sujetando la espada con ambas manos, se la ofreció a Arturo.
Curso: Invitación a la Literatura Fantástica
Profesor: Alejandro Marcos
Tarea 3 – Un malentendido interplanetario
Ejercicio en el que se trata de crear una raza alienígena y asignarle un lenguaje. Sin profundizar mucho en el lenguaje o en la raza. Solo lo suficiente para que sea un texto coherente.
Extensión aproximada: 500 palabras.
La esfera
La compuerta del muelle B12 se abrió para dejar entrar el objeto que había hecho saltar todas las alarmas, hacía pocos minutos, en la Camelot V. Las lecturas mostraban que se trataba de una esfera perfecta, algo matemáticamente imposible. La bola dorada desaceleró con suavidad cuando se aproximó al atracadero.
—Capitán —dijo el oficial de puente—. Sigo pensando que no es buena idea dejar que esa cosa entre aquí.
—Es la cuarta, o quinta vez que me lo dices, Lancelot —Arturo miró al oficial. El joven era un palmo más alto que él, aunque menos corpulento—. No te preocupes, será un nuevo modelo de sonda morgariana. Además, Galahad está en el muelle con sus griales, por si acaso.
—Lo siento, señor —contestó Lancelot y se colocó un mechón detrás de la oreja—. Es que es demasiado… perfecta.
—Vamos, deja de darle vueltas. Perceval nos espera —Arturo bajó del atrio y ordenó al piloto que tomase el mando del puente.
Cuatro grumetes colocaron las armaduras y cascos, de escamas nanórganicas, a Arturo y Lancelot y los acompañaron al elevador en el que esperaba Perceval con un escuadrón de infantería pesada.
—No creo que los morganos hayan creado eso… —murmuró Lancelot cuando la puerta se cerró. Perceval le miró; estaba inquieto, pero no dijo nada.
En unos segundos la puerta del elevador se abrió y la infantería se desplegó por el muelle B12. Los griales de Galahad —robots bípedos cuyos brazos terminaban en cuchillas anchas de dos filos— rodeaban la esfera.
Arturo preguntó a Galahad por el artefacto que permanecía levitando en medio del muelle.
—No tiene fisuras ni grabados, señor —contestó el maestre de los griales—. ¿La amarramos, capitán? —Arturo asintió.
Antes de que las grúas se activasen, la esfera giró sobre su eje. De la masa en movimiento brotaron otras más pequeñas —del tamaño de un puño— que cayeron al suelo. De inmediato salieron más; bolas no mayores al tamaño de un pulgar, y otras no más grandes que gotas de agua. Poco a poco la esfera se descompuso hasta formar un charco de líquido dorado.
Los griales cerraron filas y formaron un escudo de espadas en torno a su maestre. Los infantes de Perceval soltaron los seguros de sus armas. Lancelot se colocó delante del capitán.
Pequeñas ondas se formaron en el charco. El líquido se replegó y tomó la forma de una figura alta, elegante, de extremidades finas y proporcionadas. La cabeza se ensanchaba en la zona posterior del cráneo.
La criatura abrió la boca y emitió una serie de sonidos agudos y repetitivos que hizo que los hombres y mujeres que estaban en el muelle se llevasen las manos a sus cascos y cayesen de rodillas al suelo. Incluso los griales de Galahad quedaron desconectados. Solo el oficial de puente se mantuvo en pie.
Lo que escuchaba Lancelot era una melodía antigua que hablaba del roce de las olas en la arena, del sonido de las gotas de lluvia al caer sobre un lago, del nacimiento de ríos y arroyos… Ensimismado, caminó hacia el centro del muelle.
El ser áureo estiró la mano y sacó del charco una espada que entregó al joven oficial. Cuando este la cogió, sonó la última frase y la esfera volvió a formarse, absorbiendo al ente. Antes de que la tripulación pudiera recuperarse el objeto atravesó la compuerta cerrada del muelle B12 de la Camelot V, y desapareció.
Lancelot miró la espada. Era de una sola pieza y muy ligera. Mantenía el brillo dorado del charco del que había surgido. El filo estaba labrado con cientos de líneas y símbolos que parecían seguir un patrón. A su lado, Arturo preguntó, aún aturdido:
—¿Quién… qué era eso?
—Nimue —susurró Lancelot—. Ha dicho que se llamaba Nimue, capitán.
—¿Y esa arma antigua? —Arturo señaló la espada— ¿Qué hay escrito en ella?
—Es un mapa, capitán. Nimue nos ha dado un mapa.
—¿Un mapa? ¿Un mapa de dónde? ¿Por qué no me lo ha dado a mí? —El capitán alzó la voz, molesto e irritado.
—Muestra una ruta para llegar a un lugar llamado Ávalon, mi señor —Lancelot, sumiso, hincó una rodilla en el suelo y, sujetando la espada con ambas manos, se la ofreció a Arturo.
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