#Relato: Solo son hombres
Solo son hombres
Las náyades sabemos cosas que ninguna otra criatura puede imaginar. Ni siquiera los elfos altivos de ojos brillantes. Ni los enanos rudos de barba espesa que se ocultan en las montañas. Ni mucho menos los humanos ignorantes que piensan que, porque pasamos la mayor parte del día en el agua, tenemos la misma inteligencia que las carpas. Idiotas. Incluso los gnomos nos muestran respeto y devoción.
Las náyades sabemos cosas que ninguna otra criatura puede imaginar. Ni siquiera los elfos altivos de ojos brillantes. Ni los enanos rudos de barba espesa que se ocultan en las montañas. Ni mucho menos los humanos ignorantes que piensan que, porque pasamos la mayor parte del día en el agua, tenemos la misma inteligencia que las carpas. Idiotas. Incluso los gnomos nos muestran respeto y devoción.
La falta de varones en nuestra especie y nuestros cuerpos, delicados y apetecibles, nos hacen ser irresistibles a los ojos de los hombres. La lujuria de estas criaturas es enfermiza, y de ello nos aprovechamos. No hacemos conjuros, no les hechizamos; nosotras no practicamos magia alguna. Son ellos los que se entregan a nosotras. Les dejamos que nos posean, sí, pero a cambio de algo. Después de yacer con una náyade, jamás vuelven a conocer el placer y pierden su capacidad de fecundar. Ninguna de sus mujeres puede hacer que sientan lo mismo y ellos, desesperados, nos buscan de nuevo. Pero el que ha estado entre nuestras piernas, nunca volverá a vernos de nuevo. Guerreros, brujos, reyes, príncipes, granjeros o mendigos. Es igual. Ninguno lo consigue.
Unos dedican el resto de su vida a buscarnos. Otros matan y vejan a sus congéneres, guerreando sin sentido, en un vano intento de olvidarnos. Los menos se han retirado a desiertos, páramos o eriales, lejos del deseo. Ellos son los que han escrito historias en las que su imaginación nos refleja de mil y una maneras, aunque todas distorsionadas.
Algunos nos muestran como guardianas de espadas poderosas, otros dicen que poseemos anillos mágicos; como si a nosotras nos importasen sus fruslerías pudiendo, como podemos, robarles su esencia. También hay historias sobre encantamientos, augurios apocalípticos, ritos extraños y todas esas banalidades que encandilan a los humanos. Historias fantasiosas que hacen que sus vidas, patéticas y cortas, sean más llevaderas. Y todo ello por no reconocer que es la lujuria lo que les hace llegar a nuestras aguas. Todos, al fin y al cabo, solo son hombres y creen que los necesitamos para procrear.
Se atreven a decir que no hay náyades macho porque los que parimos son abandonados en el lodo de las orillas para que cangrejos y otros carroñeros los devoren. Son capaces de inventar cualquier tipo de fábula con tal de justificar que no es posible que sobrevivamos sin varones.
No lo entienden. El agua es vida, el agua nos da la vida. Nosotras somos las madres, el agua es el Padre. Los humanos son títeres a nuestra merced, criaturas que abandonaron demasiado pronto el agua. Pero nos compadecemos de ellas, de las humanas. Ya no es posible que su raza pueda sobrevivir sin los hombres. Debían de haber esperado hasta que el Padre las hubiese transformado. Hubiese sido una especie más poderosa que los enanos y más inteligente que los elfos. Ahora tan solo son humanos.
Se les dio la oportunidad y la han desaprovechado. Por eso dejamos que ellos entren en nosotras. Así los vaciamos, para siempre.
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ResponderEliminarAle, ya tienes un comentario...
;-P
¿Humor Gondoriano, querido Capitán?
ResponderEliminarJe, je, ya tengo un comentario, aunque sea texto de "relleno"...